Imagínese que está en la Universidad de Stanford, en una clase sobre creatividad, y que su profesor le da un sobre con cinco dólares y la siguiente instrucción; “desde el momento que abra el sobre, tiene dos horas para conseguir la mayor cantidad de dinero posible”. A la siguiente semana, tendrá tres minutos para presentar lo que ha hecho al resto de la clase. ¡Buena suerte!
Esto fue lo que propuso la profesora Tina Seeling a sus alumnos. Si usted fuese un alumno de esa clase, ¿Qué haría? Seguramente el primer paso es tratar de seguir un pensamiento lógico, pensar qué puede hacer con esos cinco dólares y esas dos horas. Pensar, por ejemplo, en invertir el dinero en limones, agua y azúcar y vender limonada durante dos horas, o invertirlo en jabón para coches y una esponja y lavar coches durante dos horas, o quizá es usted una persona arriesgada y está dispuesto a invertirlo en lotería o en un casino. Esas son algunas de las cosas que se le ocurrirían a cualquier persona utilizando un pensamiento lógico, pero ¿ha oído hablar del pensamiento lateral?
Con el pensamiento lateral se trata de buscar soluciones mucho más creativas, rompiendo con los guiones del esquema lógico. Eso fue lo que hizo el grupo ganador. Olvidaron el planteamiento lógico, no restringieron sus opciones a las dos horas y a los cinco dólares. Pensaron más allá, cayeron en la cuenta que su activo más valioso eran los tres minutos que tenían para presentar el proyecto ante sus compañeros. (Tenga en cuenta que la Universidad de Stanford es una de las más prestigiosas, y entre sus alumnos se encuentran los mejores estudiantes del país.) El grupo ganador decidió vender sus tres minutos de presentación a una compañía que quería reclutar estudiantes, la cual pagó 650$ porque proyectasen su spot durante los tres minutos de la presentación. ¿No está mal, no?
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